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Ecosistemas invisibles en objetos históricos: el CIME revela la biodiversidad microbiana en el Museo Casa Histórica de Tucumán

Un estudio del Laboratorio de Microbiología Ultraestructural y Molecular analiza por primera vez la presencia de comunidades microbianas en piezas clave del patrimonio cultural argentino.


Ciencia, historia y memoria

Un equipo de investigación del CIME ha llevado adelante un estudio pionero que revela la biodiversidad microbiana oculta en objetos históricos de altísimo valor cultural pertenecientes al Museo Casa Histórica de la Independencia, ubicado en San Miguel de Tucumán.

El trabajo, titulado “Echoes of 1816: Microbial Footprints in Heritage Artifacts from Argentina’s Museum of Independence”, fue publicado como preprint en BioRxiv y representa el primer análisis microbiológico integral de piezas conservadas en este emblemático sitio, cuna de la Independencia argentina.

Objetos únicos bajo el microscopio

La investigación se enfocó en objetos históricos de enorme relevancia simbólica y material: El mobiliario original del Salón de la Jura —la mesa y las sillas donde se firmó el Acta de la Independencia en 1816— fue cuidadosamente muestreado y analizado. También se estudió un traje infantil perteneciente a Juan Bautista Alberdi, destacado jurista tucumano, autor de la Constitución Nacional de 1853 y figura clave de la historia argentina. Finalmente, se abordó una joya del patrimonio fotográfico nacional: una fotografía de la fachada original de la Casa impresa en albúmina del año 1872, tomada por el fotógrafo italiano Ángel Paganelli y pegada a mano en el libro Provincia de Tucumán. Serie de artículos descriptivos y noticiosos, escrito por Arsenio Granillo por encargo del entonces gobernador Federico Helguera. Este libro constituye un testimonio visual y editorial excepcional del Tucumán de fines del siglo XIX. La fotografía además permitió la reconstrucción de la fachada original en 1943.

Qué se encontró

El análisis reveló la existencia de complejos biofilms microbianos adheridos a múltiples superficies históricas, desde la madera y el terciopelo del mobiliario hasta las fibras textiles del traje infantil y el papel fotográfico del libro de Granillo. Estas colonias bacterianas presentaban una organización tridimensional y estaban incrustadas en matrices extracelulares que evidencian procesos activos de adherencia y posible degradación del material original.

A través de técnicas de microscopía electrónica de barrido (SEM), espectrometría de masas MALDI-TOF y secuenciación genómica, se identificaron 49 cepas bacterianas distintas, algunas de ellas con capacidades conocidas para degradar celulosa, lignina, proteínas y compuestos orgánicos presentes en los objetos analizados. Se secuenciaron además los genomas de ocho de estas cepas, revelando genes asociados tanto al biodeterioro de papel y madera como a la síntesis de pigmentos, resistencia a metales pesados, tolerancia a estrés osmótico y producción de compuestos antimicrobianos.

Particularmente llamativa fue la biodiversidad hallada en la fotografía en albúmina, que resultó ser el artefacto con mayor número de cepas microbianas recuperadas. Allí se identificó la presencia de bacterias termófilas como Caldibacillus thermoamylovorans, lo cual sugiere que ciertas especies podrían haber proliferado durante el proceso artesanal de producción del libro, que incluía el secado de las impresiones fotográficas en ambientes cálidos. Asimismo, el ambiente salino de la fotografía favoreció el desarrollo de microorganismos halófilos como Oceanobacillus kimchii. Los investigadores creen que algunas de estas bacterias habrían sobrevivido en estado latente por más de 150 años, conservadas en el microambiente rico en proteínas y sales que ofrece la capa de albúmina. En el mismo objeto también se aislaron especies del género Pseudomonas, conocidas por su capacidad para degradar gelatina, lo cual podría representar una amenaza directa para la estabilidad de este tipo de material fotográfico.

El traje infantil de Alberdi también aportó una sorpresa: se aisló de su superficie una cepa del género Actinomyces, habitualmente asociada al microbioma humano y la generación de caries dentales, lo que abre la posibilidad de que haya sido transferida al traje por el propio niño que lo usó, dejando una “huella microbiana personal” conservada hasta nuestros días. Asimismo, en el mobiliario original del Salón de la Jura se identificaron bacterias comunes en ambientes humanos, como Staphylococcus epidermidis, probablemente introducidas por el uso histórico o el contacto continuo durante años.

Más allá de su rol potencial en procesos de degradación, varias de las cepas aisladas mostraron perfiles genéticos compatibles con la producción de compuestos bioactivos de interés industrial, incluyendo antibióticos, pigmentos naturales y enzimas capaces de degradar contaminantes orgánicos. Esto posiciona a estos ambientes patrimoniales como reservorios insospechados de microorganismos con valor biotecnológico.

Una nueva mirada para la conservación

Este trabajo propone repensar el rol de los museos como ecosistemas vivos, donde la historia material y la vida microbiana coexisten. Comprender estas comunidades invisibles no solo permite anticipar procesos de deterioro y preservar mejor las piezas, sino también descubrir en los microorganismos verdaderos testigos ocultos del tiempo.

Las bacterias, hongos y otros organismos que habitan en objetos patrimoniales no están allí por azar: su presencia nos habla del uso que tuvo cada pieza, de su historia de contacto, de los ambientes por los que transitó y de los materiales que la componen. Son, en cierto modo, archivos biológicos que conservan una memoria paralela a la visible, revelando aspectos que muchas veces escapan a la documentación escrita o visual.

Desde esta perspectiva, los microorganismos no son solo agentes de biodeterioro: son indicadores biológicos de la biografía del objeto. Nos permiten leer, en clave científica, huellas del pasado que no fueron registradas de otra forma. Esta mirada abre un nuevo campo en la conservación del patrimonio, donde microbiología, historia y cultura dialogan para comprender más profundamente lo que los objetos aún tienen por contarnos.

La investigación fue liderada por la Dra. Virginia H. Albarracín, investigadora independiente del CONICET y profesora de la UNT, junto al equipo del Laboratorio de Microbiología Ultraestructural y Molecular del CIME. “Los microorganismos nos dicen mucho sobre la pieza original. Nos revelan su uso, sus condiciones de conservación, y el paso del tiempo. Desde ese punto de vista, son testigos ocultos de la historia. Es una nueva forma de mirar el patrimonio, más viva, más integral” afirmó la citada profesional.

Los autores agradecen al personal del Museo por permitir el acceso a las colecciones. Se destaca además el apoyo de proyectos financiados por la Universidad Nacional de Tucumán, el CONICET, el Ministerio de Cultura de la Nación y la Universidad San Pablo-T.

https://www.biorxiv.org/content/10.1101/2025.03.28.645971v1